sábado, 28 de julio de 2012

La despedida

Hoy es domingo, son las seis de la mañana, me he despertado hace un rato para terminar de realizar la evaluación de uno de los módulos del máster. Afuera, aunque es de día, está todo silencioso y quieto como cuando es de noche y es invierno. Se me ocurre que ahora, cuando termine de escribir y comience a tender la ropa lavada, lo haré por penúltima vez.

Ahora, muchas cosas de las que hago las hago por última vez. Alexander va hoy a su última clase de golf con Steve, ese profesor-niño magnífico y gordo que un día, hace mucho tiempo, fue profesional. El martes llega el camión de la mudanza y todo se irá yendo poco a poco hasta quedarnos con las paredes vacías y supongo con nuestras voces resonando tristemente en los huecos que deja la ausencia de nuestras pertenencias.

La excitación de la nueva vida que nos espera, que emprendemos, no puede borrar la amargura del abuelo Paul Davey, que se está muriendo cada día en su habitación de St Christopher Hospice, al lado del precioso jardín victoriano de Crystal Palace.

Es posible que esta sea la última entrada que hago desde esta casa en la que hemos sido también felices un poco, que ha visto llegar al pequeño James cuando era tan solo una cosita minúscula a la que Alexander miraba con mucha aprensión.

Adiós.

jueves, 19 de julio de 2012

La muerte

Hace un año Emma encontró a su padre biológico. Vivió toda su vida con el fantasma de su existencia. Cuando nos conocimos, hace ya... doce años, lo que me emocionó de ella fue su discurso. El discurso que hacía de su vida. Alguien dijo que la esencia de un cuerpo humano era su discurso. Yo diría que es el discurso que hace de su propia vida. Lo que uno cuenta de su vida y cómo lo cuenta es el cuerpo que uno tiene delante, y uno lo desea en función de la profundidad con que ese cuerpo es capaz de enfrentarse con sus fantasmas.

Muchas veces, a lo largo de nuestra vida en común, encontré a Emma buscando en internet a su padre. Y hace un año, cuando lo encontró, parecía que se había completado un círculo, pero era falso. La relación con su padre fue distante. Estaba sin estar, estaba como ausente. Una de las cosas que le dijo de Alexander fue que le encantaba pescar, y él le respondió que él era un gran pescador, que le encantaría pasar un día de pesca con la familia.

El día llegó, pero no pescamos nada. Paul se dedicó a observar, apenas quería lanzar la caña en busca de los lucios que nosotros ansiábamos. Cuando lo ví lanzar lo hacía con un cuidado y una inexperiencia a la que no di importancia, lo importante era que estábamos juntos, que a Alexander se le enganchaba el cebo en las ramas de los árboles y él iba cuidadoso y atento a desenganchar los anzuelos de las ramas.

Emma se enfadó con él. Yo también un poco. Era un hombre distante al que parecía no importarle el haber conocido a unos nietos que le llegaron de pronto con una hija a la que no esperaba ver nunca más desde el día en que su madre se la llevó a Jersey. Me dijo que no lo iba a llamar más, que estaba harta, y yo le dí la razón.

Cuando Emma, con ocho meses, salió de Croydon en brazos de su madre para no volver hasta cuarenta años después, Paul se encontró con otra mujer con la que tuvo otro hijo de nombre Mark. Su segunda mujer, con la que no se casó, era heroinómana. Mark, con veintiún años, hace veintiún años, murió de una sobredosis. Otros hablan de un suicidio. Da igual. La segunda vez que Emma se encuentra con Paul le pide ir a visitar la tumba de su hermano. Paul le dice que nunca ha vuelto desde el día del entierro. Y allí van, con mi hijo James, a visitar la tumba de un pobre niño que no tuvo infancia o que no tuvo madre y a quien nos hubiese gustado mucho conocer. Mark.

Hace cinco semanas alguien llamó para decir que Paul estaba ingresado en el hospital May Day. No se llama así, así se llama la calle donde está el hospital, en Croydon. Un hospital terrible, enorme, lleno de enfermos abandonados y de enfermeras a las que les da igual el estado de los pacientes. Fue transferido a otro hospital, el St. George´s Hospital, donde le han encontrado una metástasis de un antiguo cáncer de colon además de una infección de un virus sin cura denominado JC. En poco tiempo, Paul ha pasado de contestar a preguntas a repetir palabras. Las últimas palabras de una frase que uno le dice. Los médicos, después de una biopsia cerebral, han diagnosticado lo peor: una muerte segura en un plazo muy corto.

Con la enfermedad han llegado los amigos. Uno de ellos, el mejor de todos, que se llama Ginger o le dicen Ginger, vaya usted a saber, le contó a Emma que un día le llamó Paul muy nervioso y le dijo: "Ginger, me tienes que contar todo lo que sepas sobre pesca, tengo que llevar a mi nieto a pescar y no tengo ni puta idea". Y así vamos teniendo la otra imagen de un hombre silencioso y distante que tal vez, porque había perdido un hijo, porque en su juventud había perdido una hija y no se atrevió a reclamarla, por tantas cosas, se sentía avergonzado. De lo que nos vamos enterando, ya sin remedio, es de que sus amigos lo quieren mucho, y que a sus amigos les contó muchas veces su historia. Una pena que nos enteremos de esto ahora, cuando su viaje no tiene retorno.

domingo, 15 de julio de 2012

Madrid

Madrid tiene algo de provinciano que nunca antes había percibido, pero al mismo tiempo también tiene ese aspecto de cosmopolitismo que caracteriza a las grandes ciudades. Madrid tiene, en sus calles limpias del centro, en especial la calle de Felipe V, la plaza de Oriente, incluso Bailén mirando a los jardines de Sabatini, una tranquila alegría de vivir que está muy ajena a lo que mis amigos de la calle Cadarso me dijeron luego: lo que al día siguiente anunció el presidente del gobierno, que nos quedábamos sin paga extra de navidad, que subía el IVA, etc. Siempre me ha gustado enterarme de las cosas un poco antes que los demás, pero esta no me gustó e incluso la puse en duda. Me dijeron: no te pierdas el consejo de ministros del próximo viernes. Pero el presidente no llegó al viernes. Lo soltó antes.

Al salir era tarde, demasiado tarde para mis costumbres de granjero que se va a la cama con el sol y se despierta con el mismo, que ya es decir en un país en el que amanece a las cuatro de la mañana en julio. Mi intención era subir por Bailén en busca del metro de Ópera, pasar de nuevo por la fachada del Palacio Real, pero se me fueron los ojos tras las sirenas y luces azules de la policía y el amontonamiento de la gente en la Plaza de España, a la altura del metro, con lo que me dirigí hacia allí con un interés algo distante. Tardé un poco en comprender que toda aquella gente esperaba a los mineros, a todos esos de los que se llevaba hablando en los periódicos muchos días, los que habíamos visto en la BBC lanzando cohetes contra una policía que ahora los escoltaba, qué curioso.

Venían muy despacio por Princesa, y yo me encontraba muy cansado. Al subir por la calle Leganitos vi desde la altura la lejanía de los mineros y pensé que no merecía la pena esperar más de una hora, así que decidí pasear por Gran Vía hasta Callao. Era media noche pero había tanta gente que apenas se podía avanzar, gente que paseaba en ambas direcciones, niños llorando o cogidos de la mano de sus padres, niños dormidos en sus carritos, parejas agarradas como si quisieran ir en un solo cuerpo compartido bajo los veinte grados de una noche de verano. Eso era la Gran Vía, pensé, como el paseo marítimo de una ciudad costera. Por eso tal vez no caminaba yo tranquilo, no con esa tranquilidad que lo hago por Londres, sabiendo de antemano que no voy a encontrar a nadie conocido. Sea que estoy demasiado acostumbrado a oír conversaciones callejeras en inglés, oyéndolas por las calles de Madrid se me ocurría que cada persona que hablaba me iba a conocer, así que por eso caminaba yo como en el pueblo, mirando los rostros e imaginando en cada uno los rastros de una emigración pasada y antigua, pero ahora que escribo me doy cuenta de eso, de que ese algo de provinciano que tiene Madrid no lo tiene Madrid, lo tenemos nosotros, los que hacemos Madrid, aunque sea por unos días.

jueves, 5 de julio de 2012

Classic breakfast

Como había recogido todo y no tenía reunión, ayer me quedé en casa. Fui paseando al pueblo con James por la mañana, despacio, mirándolo todo como si fuera la última vez. Los coches, los autobuses rojos de doble planta, las ardillas saltando entre los árboles, las palomas torcaces dentro del supermercado... Compré la licuadora a las nueve cuarenta y cinco. Salí de la tienda y comencé a caminar sin rumbo por High Street cuando me acordé que debía liberar el móvil, pues voy a España dentro de tres días. Miré hacia atrás, por la acera de enfrente y leí el rótulo luminoso "ALL MOBILES UNLOCKED", de manera que busqué un paso de cebra para cruzar la calle. Tuve que caminar hacia atrás otra vez, pasar frente a la tienda en la que había comprado la licuadora, decirle adiós con la cabeza al muchacho amable que me había atendido y que ahora se fumaba un cigarrillo en la calle, para cruzarla con seguridad. Miré el móvil y eran las nueve y cincuenta y dos. Ahora, del otro lado, tenía que caminar en dirección contraria. Vi el pub, que tenía las puertas abiertas. Un anuncio decía: "CLASSIC BREAKFAST 2.99". Era demasiado temprano, pero miré, incrédulo, hacia adentro. Un vaho de alcohol salía hacia afuera por las puertas abiertas como un vómito. Y los vi, allí estaban, sentados, mayores, con sus pintas de cerveza viajando lentamente desde las mesas a sus bocas.

Ahora son las cinco y media de la mañana, aunque el horario del blog sea las ocho de la tarde de ayer. Es como estar escribiendo en el pasado, como si el presente fuera la memoria. Eso decía Paul Auster en The invenction of solitude, "la memoria es ese lugar donde las cosas ocurren por segunda vez", traduzco de memoria.

Hoy, por tanto, no ayer, iré por última vez al trabajo de Portobello Road. Más allá de mi tristeza, y que tiene que ver con mi sorpresa de ayer por la mañana, paseando por High Street con James y ver los bebedores mañaneros, es la pregunta que siempre me he hecho cuando paso por Westbourne Park Road. Hay un pub que a las ocho de la mañana tiene sus puertas abiertas, y nunca he sabido si estaban abriendo o estaban cerrando. Ahora lo sé. Hay pubs que abren a las nueve. Classic breakfast 2.99: una pinta de cerveza.

lunes, 2 de julio de 2012

Zorros

Los gritos de los zorros a media noche, llamando a los cachorros, como anoche, será algo que eche de menos en España. También los zorros pasando a tu lado mientras llegas a casa o sales por la mañana hacia la estación de tren, las negras y frías mañanas de invierno. Zorros de pelaje brillante y mirada inteligente entre dos automóviles aparcados. Zorros abriendo con los dientes las bolsas de basura de los vecinos más olvidadizos: se encontrarán a la mañana en la puerta de sus casas la intimidad de su basura esparcida por la calle, los pañales de los bebés, los paquetes consumidos de comida rápida, los condones...