viernes, 14 de diciembre de 2012

Uno se muere de pronto

Lo olvido siempre: que uno se muere de pronto, sin apenas esperarlo, y la muerte no entiende de hijos pequeños o de facturas sin pagar o de hipotecas o de familias perdidas en un limbo o un estado de shock que a veces dura todo el resto de la vida de los que quedan vivos, porque los vivos siempre nos olvidamos de que vivir es algo que se tiene durante un tiempo que uno nunca sabe cuándo va a durar, si un día o unos años o unos decenios.

Mi alumna N., de diez años, se ha quedado de pronto sin padre. Y ha vuelto a clase, dos días después, en perfecto estado de shock. ¿Cómo estás?: bien. ¿Y mamá, cómo está?: bien. (La mamá está con orfidal, ¿quién no está bien con orfidal?).

Mi compañera I. tuvo el fin de semana a su hermano y a su cuñada, cuarentones, llenos de vida. Ella tenía unas manchitas en la piel, pero estaba tomando un medicamento cuyos efectos secundarios eran manchas en la piel. Durante la semana, cuando volvieron a Segovia, se sintió mal. Fue al hospital y el diagnóstico, leucemia, tardío, sólo le dio para un día más de vida.

En estas mismas fechas en las que se acerca la navidad y queremos estar juntos, en familia, un niño de Cenicientos tuvo un ataque de asma jugando al fútbol en la calle y se murió en el helicóptero que lo llevaba a un hospital de Madrid. En otro diciembre de otro año, un niño inglés de Málaga bajaba una calle con su monopatín cuando un coche lo mató de inmediato.

Lo olvido siempre: uno se muere de pronto, y lo que deja, cuando eso ocurre a destiempo, es un desastre de vivos que no son capaces de encontrar un sentido, un sendero, nada. Sólo pastillas.

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